El trasunto metafórico que preside Al otro lado del espejo, una encarnizada partida de ajedrez, nos pone sobre la pista del sentido existencial e ideológico de las peripecias de Alicia; de un lado, nos señala que la elaboración más o menos exitosa de su proyecto vital es la propia de un ser finito, como finitos son los contornos espacio-temporales del tablero de ajedrez en el que libra su batalla; de otro lado (que evita muchas ingenuidades, tan caras a la educación de niños y niñas como Alicia), nos advierte de que sobre el fondo común de ciertas reglas compartidas se erige siempre la lucha por el poder, que no es solo el poder de ganar la partida y con ello ratificarlas, sino también el poder de establecerlas y ganar para sí el dominio del juego mismo. Cuando se alcanza ese punto en el que creemos existir exclusivamente tal como nos definen los demás, puede que sintamos algo muy similar a lo que siente un esclavo. Mis amos pueden ser visibles o invisibles, personales o impersonales. Es posible que logremos identificar a algún Humpty Dumpty con el poder suficiente para fijar o alterar el lenguaje a voluntad. Puede que parte del lenguaje institucionalizado no dependa de voluntad presente alguna, pero aun así permite a unos realizar actos de habla y a otros solo experimentar sus efectos. O quizás ocurra como en 1984, que estamos sometidos a una burocracia, invisible pero muy eficaz, de manipuladores que mantienen su poder reconduciéndola en diversas direcciones cuyo momento y ocasión nunca podemos determinar. Lo único que sé es que se ejercen actos de poder sobre mí y que yo no realizo ninguno. J.G.A. Pocock