Mujeriegos, mentirosos, egoístas, manipuladores
Esta suele ser la carta de presentación de un publicitario cuando se convierte en personaje de una película cinematográfica. Porque si algo bueno tiene un publicitario «de cine» es que tiene tan pocas cosas buenas al comienzo de la película, que siempre acaba cambiando para convertirse en un ejemplo de responsabilidad, desde que descubre «lo que de verdad importa». Una transformación que da mucho juego a la hora de escribir historias atractivas para el espectador. Publicitarios así los encontramos en todo tipo de films desde hace muchas décadas. Siempre cortados por el mismo patrón. En dramas y en comedias. En color y en blanco y negro. En América y en Europa. Doce hombres sin piedad, Noviembre dulce, Todo por el éxito, En qué piensan las mujeres, Con la muerte en los talones
Estos publicitarios, siempre tan malos
y siempre tan buenos. Viviendo su gran metamorfosis ante el espectador a lo largo de la película. Al filo de la verdad, «habla» precisamente de todo esto, de cómo muestra el cine algo tan sugerente, tan sospechoso y tan cotidiano como el mundo de la publicidad.