Tener un blog está de moda. Si no tienes uno, tu vida pasa más desapercibida que el último disco de Manu Carrasco. Un blog viene a ser como descorrer las cortinas del cuarto de baño mientras te duchas: te las das de exhibicionista porque sabes que algún anónimo transeúnte alzará la vista y no podrá ver más que una silueta envuelta en vaho. Porque si supieras que iba a mirate Falete, otro gallo cantaría. Existen muchas clases de blogs, tantas como autores. Hay quien narra su apasionante vida: “hoy tomé un cortado en la cafetería. Quemaba. Luego fui a la oficina”; hay quien necesita sentirse escuchado, antes incluso de tener algo que decir; hay quien escribe para dar de mamar a su ego; hay quien comenta estupideces que, de otro modo, nadie valoraría. Pero de entre todos ellos, hay quien escribe con gracia y salero. Ya te puedes ver envuelto en una trama de corrupción de yogures con muesli en el súper, ya puedes suspender el práctico de conducir más veces que Farruquito, que si tienes chispa escribiendo, nadie te tomará en serio. Y tal como está el mundo, mucho mejor tomarse la vida con algo de humor on the blogs. Un Benny Hill o un Forges, pero todo el mundo lleva un graciosillo dentro.