Los relatos con orla negra de W. G. Sebald cuentan cosas cotidianas e inquietantes, son testigos minuciosos y excesivos de un desajuste pertinaz. De las grietas de la memoria asoman «hechos casuales», ya amenazadores, ya reconfortantes. Sin embargo, el leve infierno de la depresión no deja mudo al escritor, sino que parece percibir el mundo con más agudeza. Bajo el signo de la melancolía ha creado un texto de paradójica belleza. «Uno de los escritores europeos contemporáneos más misteriosamente sublimes» (James Wood, The New Republic); «Hace de la narración una investigación en estado de éxtasis» (The New York Times Book Review); «Pocos escritores le hacen a uno más consciente de los poderes seductores del lenguaje» (Tim Parks, The New York Review of Books); «Una especie de Borges teutónico con domicilio en Inglaterra... Vértigo es una obra muy personal, y nos muestra su génesis como escritor» (Sebastian Shakespeare, Literary Review).
En este poema en prosa, Sebald hace del amor y del temor a la Naturaleza su tema decisivo: una obra maestra del lenguaje, sobre la vida de tres hombres que sintieron dolorosamente el conflicto entre Hombre y Naturaleza. El libro o «poema rudimentario», como lo subtituló Sebald, tiene forma de tríptico. El primer panel está dedicado a Matthias Grünewald, pintor de santos, crucifixiones, eclipses y catástrofes, quien vivió los horrores de un tiempo en que se perseguía ya a los judíos y se sacaban los ojos a los vencidos en las continuas guerras. El segundo es la vida de un botánico, G. W. Steller, que se une a una malhadada expedición rusa de Vitus Behring para descubrir la ruta de Alaska. En el último relato, un viaje a la Pinacoteca de Munich con el único fin de contemplar el cuadro de Altdorfer La batalla de Alejandro, sirve a Sebald para reflexionar sobre la condición humana y la Historia. Este libro muestra a un autor increíblemente maduro, dueño ya de todos sus recursos (Kafka, Robert Walser o Bernhard son sólo una presencia lejana) y de una erudición desconcertante.
En la oscura nave de la estación de Amberes ?así empieza su historia el narrador? había un hombre joven, rubio, con pesadas botas de excursionista, pantalones de faena azules y una vieja mochila, ocupado intensamente en tomar notas y hacer dibujos en un cuaderno. El narrador lo observa fascinado y comienza entonces una relación que se desarrolla durante decenios. Jacques Austerlitz se llama el enigmático extranjero. Vive en Londres desde hace muchos años pero no es inglés. En los años cuarenta, siendo un niño judío refugiado, llegó a Gales y se crió en casa del párroco de un pequeño pueblo, con el predicador y su mujer, personas mayores y tristes. El chico crece solitario y cuando conoce su verdadero origen y su nombre verdadero, sabe también por qué se siente extranjero entre los hombres. Sebald recoge en este libro la historia de un ser trastornado, desarraigado. Busca en el pasado, que revive una vez más en el denso lenguaje de uno de los narradores más importantes y originales de nuestro tiempo.
En 1985, Sebald publica una recopilación de escritos sobre literatura austríaca con el título de La búsqueda de la infelicidad. Su propuesta es que esa literatura se caracteriza por «la infelicidad del que escribe», una infelicidad que no tiene que ver con el deseo de morir sino que es una forma de resistencia. Entre los ensayos aquí recogidos destacan los que dedica a Schnitzler y Kafka. Canetti y la paranoia del poder, Bernhard y la sátira, y Handke y la esquizofrenia literaria redondean la selección. En cuanto a los escritos recogidos en 1995 con el título de Pútrida patria, las historias alemanas del gueto y los relatos antiantisemitas de Sacher-Masoch son hoy casi desconocidos. Joseph Roth recibe un trato de excepción y Kafka aparece en un brillante estudio sobre la mesiánica figura del Agrimensor de El Castillo. Todos estos ensayos giran en torno al concepto de «patria», que es también una de las obsesiones de la literatura austríaca, especialmente la de origen judío. El libro que ahora ofrecemos al lector en lengua española es una selección de los textos más pertinentes de las dos obras.
Durante la Segunda Guerra Mundial, 131 ciudades y pueblos alemanes fueron tomados como objetivo de las bombas de los Aliados, buen número de ellos resultaron arrasados casi por completo. Murieron seiscientos mil civiles alemanes: una cifra que duplica el número de las bajas de guerra sufridas por los americanos. Siete millones y medio de alemanes quedaron sin hogar. El autor se hace una pregunta: ¿por qué este tema ocupa tan escaso espacio en la memoria cultural de Alemania? Y para responderla examina viejas y piadosas interpretaciones y las sustituye por incómodas, pero necesarias, verdades.
Los emigrados es un relato melancólico, nada épico, sobre el desarraigo. Sebald recrea las vidas de cuatro exiliados (cinco, si se incluye su propio autorretrato indirecto) a través de lo que narran ellos mismos, de recuerdos ajenos, fotografías y objetos encontrados. Al intentar reconstruir el pasado de su antiguo casero, Henry Selwyn, de un antiguo maestro de la escuela primaria, Paul Bereyter, el de su tío abuelo Ambros Adelwarth y el de Max Aurach, un pintor que fuera amigo suyo, Sebald también narra su propio sufrimiento ante el destino de estos hombres, su duelo por el pasado alemán. Sin embargo, lo que al principio aparece como un relato sencillo de la vida de cuatro judíos emigrados a Norfolk, Austria, Estados Unidos y Manchester es una evocación de la experiencia del exilio y la pérdida de la patria, la transcripción poética de una historia oral que se rebela contra quienes pretenden olvidar. «Extraño, maravilloso y terriblemente conmovedor»;