La lectura recurrente de los cuentos de Hernández, escritor exquisito y secreto de la literatura argentina contemporánea, tiene mucho que ver con la seducción que ejerce la censura. Leer los cuentos de Hernández es asomarse a la censura perfecta y acabada que se internalizó, que rige voces y percepciones, condiciona nuestra recepción y que no se manifiesta en forma de, como dice Pierre Bourdieu, prohibiciones explícitas, impuestas y sancionadas por una autoridad institucionalizada. Es por ello por lo que decidirse a abordar esta narrativa implica aceptar el riesgo de asomarse a una violencia simbólica tal vez pasada por alto o apenas presentida y, no obstante, creadora y legitimada.