El presente libro no es tanto un estudio monográfico sobre el sustrato antiquizante de la escultura románica española como un análisis del largo y lento proceso de transformación de ese legado antiguo sobre el que se forjó este arte. La plástica de finales del siglo XI y los primeros decenios de la siguiente centuria se convierte en la excusa, un epígono si se quiere, al complejo viaje de las formas de la Antigüedad a lo largo de la Alta Edad Media hispana. El final de dicho periplo acabó siendo el verdadero punto de partida del románico. La vocación allantica de la escultura presente en San Martín de Frómista, San Pedro de Jaca, la catedral de Santiago de Compostela y San Isidoro de León tan sólo es comprensible transitando por los mil años que la precedieron. La cultura de Roma, arquetipo mitificado, idea sempiterna, cantera abierta a la expoliación, cita prestigiosa a la que recurrir, acaba convirtiéndose en el tema vertebral del libro. El románico tan sólo sería la última de sus consecuencias.