El arma salió despedida de la mano de Reinmar, cuyos pies perdieron contacto con el suelo; en ese momento sólo tuvo tiempo para pensar que al aterrizar de espaldas quedaría indefenso ante el ataque de una daga o de unos dientes, y que sería aún peor si se golpeaba la cabeza y perdía el conocimiento. Cuando el hombre bestia saltó, un brazo de Sigurd trazó precipitadamente un enorme arco horizontal, con la mano extendida. Ésta impacto contra el cuello del hombre bestia y Reinmar escuchó el chasquido de la columna de la criatura al partirse. Todo acabó de repente. No obstante, no era una victoria, pues ahora no cabía duda que había monstruos sueltos por las colinas.