Aunque el culto al artista como un ser casi legendario se inició en el Renacimiento, fue en los inicios de la edad contemporánea cuando se definió y adquirió mayor relevancia el concepto de genio asociado de forma casi exclusiva a la creación artística. ¿Por qué entre las máscaras funerarias, frecuentes en el XIX, abundan las que reproducen los rasgos de artistas?, ¿por qué se conservan moldes de las manos de los más grandes compositores?, ¿por qué es tan difícil encontrar un pintor de este siglo cuyo rostro no conozcamos?, ¿por qué dedicaron tanto tiempo a dejar constancia de sí mismos y de otros artistas? El texto de Esperanza Guillén, partiendo de todas estas preguntas, nos habla acerca de la imagen que muchos de los artistas nos legaron sobre el modo en que imaginaban a los sujetos de su admiración y analiza las razones teóricas de ese culto a la personalidad artística basándose en los propios escritos redactados por pintores y escritores.