Ignacio Sánchez Mejías le confesó en una ocasión a un periodista que su sueño era torear en Nueva York, ciudad sin coso taurino ni verdaderas plazas (ni siquiera urbanísticamente hablando) pero con muchos foros pugilísticos, estribos del intercambio y el debate artístico modernos. Nunca lo hizo, nunca toreó en su cuadrícula, pero sí dictó, en uno de los salones de Columbia University, una vibrante y brillante conferencia sobre tauromaquia, El pase de la muerte, que sembraría una fértil semilla en los que lo oyeron, y muy señaladamente en García Lorca. Aquel texto influyó, tal vez como ningún otro, en la obra de perfil táurico y taurino de Federico, pero no solo aquel texto: es posible establecer el magisterio y su progreso a partir del momento en que espada y poeta se conocen e intiman, en 1927. Al estudio de esa influencia en la poesía, la prosa, el teatro y los paratextos lorquianos se consagra la primera parte de este libro. Pero El pase de la muerte llevaba tiempo solicitando atención y cuidado, por su valor intrínseco y su calidad poética. De ahí que en una segunda sección se analice su historia y se reclame situarla en el lugar que le pertenece, estableciendo por vez primera sus ascendientes (de Piedras Albas a Santa Teresa y de esta a Miguel de Unamuno) y fijando, a partir de las páginas conservadas del manuscrito, la copia a máquina y las versiones dadas a la imprenta, su edición crítica, a la que sirve de complemento y marco la reproducción facsimilar de los documentos originales. Sánchez Mejías preparó aquella charla en la habitación del hotel Ansonia de Nueva York que compartía con Encarnación López Júlvez, la Argentinita, y lo hizo sin auxilio documental alguno, pero con una frescura, una elocuencia y una libertad raras. Ni el lector taurino ni el antitaurino deberían privarse de esta fiesta, que más que nacional es cosmopolita.