Federico Mayor Zaragoza, en su prólogo, se dirige así a la autora: «No ceses de escribir, María Rosa, porque después de haber vivido con tanto desprendimiento, con tanta alteridad, en un alborear todavía tenuemente iluminado, es preciso que no dejes de caminar y que lo hagas sin desmayo y aligerada porque, como escribió Miquel Martí i Pol, ya no tengo nada, salvo la voz. Sí, tienes, tenemos, la voz. » La autora tiene voz propia. Y con su voz nos cuenta su vida, desde que nació hasta hoy mismo. Una vida que pone la piel de gallina en algún momento, que hace sonreír en otro, que te traslada a una época y que, ciertamente, no te deja indiferente.