¿El pensamiento primitivo nos es extraño como una edad muerta y sepultada de la inteligencia, como un mero resto etnográfico o arqueológico, o bien, dentro de ciertos límites, puede injertarse viva y activamente en nuestro mundo de valores culturales? Cabría preguntarse si no habrá dentro, dentro de la fenomenología del mito, una fuerza luminosa y útil al hombre para entender los momentos más críticos de su existencia; si el mito, lejos de ser el producto de un “salvaje”, no será una realidad espiritual siempre viva y operante en cualquier cultura. Una antropología moderna debe tener en cuenta que el hombre histórico no coincide con el monigote especializado que el intelectualismo hace circular como el único hombre auténticamente real y universal. Concretada la necesaria destrucción de los vínculos mágicos y místicos que oponían un serio obstáculo al surgimiento de la ciencia y de la técnica, hoy advertimos que debemos reconstruir, con otra trama, el tejido de las participaciones existenciales, so pena de perdurar en la condición de seres desarraigados, precipitados en una realidad que nosotros mismos hemos vuelto absurda.