En la edad de oro de Sevilla, aquella que se asentó en el último tercio del s. XV, muchas cosas tuvieron lugar, la riqueza que por la ciudad circuló al socaire de la arribada de los barcos de Indias; que aquellos dineros viajasen casi sin detenerse en sus calles y habitantes; la actividad implacable desarrollada por la Santa Inquisición. Quizás, en el fondo, todo se resumía en este extremo: la salvaguarda de la fe política en un proyecto de Estado no consentidor de opositores porque se quería omnipresente.