El hombre no se ha elevado aún al pináculo que cree haber alcanzado; no ha merecido aún acceder a la posición presuntamente llamada cosmocéntrica. Esa idea acariciada desde la antigüedad, que no consiste sólo en buscar criaturas semejantes al hombre y en aprender a comprenderlas, sino más bien en abstenerse a comprenderlas, sino más bien en abstenerse de interferir en todo aquello que no concierne al hombre, en todo cuanto es ajeno.