Avishai Margalit construye su filosofía moral a partir de la premisa siguiente: una sociedad decente, o una sociedad civilizada, es aquella cuyas instituciones no humillan a las personas sujetas a su autoridad, y cuyos ciudadanos no se humillan unos a otros. Lo que la filosofía política necesita urgentemente es una vía que nos permita vivir juntos sin humillaciones y con dignidad. En la actualidad, la filosofía centra básicamente su atención en el ideal de la sociedad justa basado en el equilibrio entre libertad e igualdad. El ideal de la sociedad justa es sublime, pero difícil de poner en práctica. En cambio, el de la sociedad decente se puede materializar incluso en la vida de nuestros hijos. En primer lugar, como defiende Judit Shklar, es preciso erradicar la crueldad. Inmediatamente después, hay que erradicar la humillación. Es más prioritario originar una sociedad decente que una sociedad justa. Margalit parte concretamente del contexto en el que vivimos, con todas las indignantes humillaciones que tan difícil hacen la vida en el mundo. Su precisa argumentación se inspira en Judith Shklar e Isaiah Berlin. Se trata de una filosofía social inmune a todos los amenazadores clichés que fomentan la desidia moral y que nos insta a ir más allá del comportamiento que caracteriza a otros seres humanos. A Margalit no se le puede clasificar como liberal o conservador. Si hay que asociarlo con algún referente, el más adecuado es el socialismo humano de George Orwell, aunque muy poco tiene que ver con el de La granja animal y sus métodos de opresión. Lo que emerge del análisis que realiza Margalit respecto a la corrosiva función de la humillación en sus diversas formas es cómo ser decente, cómo construir una sociedad decente. Nos encontramos ante un libro cuidadosamente argumentado y, lo que es aún más importante, profundamente sentido, que surge de la experiencia de Margalit en las fronteras de los conflictos entre europeos orientales y occidentales, entre palestinos e israelíes.