Las memorias y diarios más o menos íntimos constituyen todo un género en la literatura inglesa (mucho más rica en este sentido que la española e incluso que cualquier otra literatura). Entre este riquísimo acervo destacan, singularmente, la biografía de Johnson escrita por Boswell y los diarios de Samuel Pepys (Londres, 1633-1703), de los que presentamos ahora una amplia selección. Leer a Pepys es mirar el siglo XVII inglés como a través del ojo de una cerradura. Pepys, miembro del Parlamento y Secretario del Almirantazgo, uno de los principales responsables de que su país alcanzase la supremacía naval, habla con total sinceridad, gracias al uso de un sistema encriptado, lo mismo de su vida más íntima, que del Gobierno, la Corte y el Londres de su tiempo. En estos Diarios aparece a menudo España (Pepys conocía la lengua española y una importante parte de su biblioteca estaba formada por libros en castellano), la potencia declinante en ese momento histórico. Para esta nueva edición, la tercera publicada por Renacimiento, hemos añadido 150 páginas, espigadas a lo largo de los diez años que abarca el diario, que tratan sucesos a menudo relacionados con nuestro país; gracias a eso, la reedición de este volumen, hacía ya tiempo agotado, adquiere carácter de auténtica novedad. Samuel Pepys (Londres, 1633-1703) era hijo de un modesto sastre londinense, pero su parentesco con Sir Edward Montagu, futuro Lord Sandwich, le permitió colocarse en un puesto oficial e iniciar una carrera de funcionario que le colmaría de honores. Llegó a ocupar el cargo de Secretario del Almirantazgo y fue miembro del Parlamento. A los veintisiete años comenzó la redacción de esta obra que terminaría diez años después, obligado por una enfermedad de la vista. El diario permaneció inédito hasta 1825. A través de la lectura de estas páginas podemos representarnos claramente la personalidad del autor. Pepys era un hombre inteligente, estudioso, lleno de ambiciones y con muchas y muy profundas debilidades. Tenía dos innegables virtudes: la sinceridad ante sí mismo y la capacidad de trabajo. Le interesaban todas las manifestaciones de cultura: la música, la pintura, la literatura, el teatro. Dominaba varias lenguas, vivas y muertas. Tocaba el laúd y componía música. Pero, a la vez, y con igual entusiasmo le atraían el dinero, las mujeres, los halagos, el vino y la buena mesa. He aquí, pues, el hombre más indicado para ofrecernos el verdadero cuadro de la Inglaterra del siglo XVII. Gracias a sus virtudes, Pepys nos hace vivir con toda naturalidad los grandes acontecimientos de su tiempo, la terrible peste de Londres o el incendio de la ciudad; y son sus defectos y vicios los que nos revelan la vida íntima de Carlos I, las costumbres pintorescas y licenciosas de la Corte, las intrigas palaciegas o la cantidad de platos que ofrecía un menú de la época. Esta dualidad de carácter le ha prestado un estilo al autor y sus páginas resultan amenas y vívidas, porque en ellas se han mezclado, por caprichos de la vida, los nombres famosos de un Shakespeare, un Holbein o un Cromwell con aquellos otros, más humildes, de un librero, un posadero o una prostituta. Pepys recurrió a un sistema encriptado para redactar sus notas. Probablemente, si Pepys no hubiese dispuesto de algo parecido, hubiera contenido su sinceridad evitando estampar nombres y sucesos que, de ser conocidos por sus contemporáneos, podrían haberle costado la carrera o la vida.