Después de buscarla por todo el pueblo, Miguel encontró a su cabra subida en lo alto de un tejado. “¿Se creerá que es una veleta? ¿O una chimenea? ¿O tal vez un gato?”, se preguntaba Miguel. Y con la ayuda de unas flores, un libro de cuentos y un puñado de sal (la sal le gusta a las cabras más que a los niños los helados), la cabra boba volvió a su lugar.