Dos grandes interpretaciones suelen manejarse para expli­car la peculiar carrera cinematográfica de Orson Welles (1915-1985): una, la que lo presenta como un ar­tista incomprendido y genial, víctima propiciatoria de un sistema incapaz de albergar a cualquiera cuyas ideas excedan de los rígidos límites marcados por las convenciones instituidas por los estudios de Hollywood; otra, la que subraya su carácter de irresponsable cultivador de aventuras cinematográficas imposibles. Una adecuada comprensión de la obra de Welles (lo mismo la acabada que la inacabada, que son las dos caras de un Jano bi­fronte y a las que este volumen dedica la necesaria atención) requiere no sólo tener en cuenta la relación complementaria que se establece entre ambas dimensiones de su trabajo, sino reconocer que Welles pertenecía a una raza de artistas melancólicos para los que el inacabamien­to forma parte inseparable de su dimensión creativa.