En la apasionada discusión abierta entre los que persiguen el triunfo de la democracia moderna, es decir, de aquella que consiste en consagrar la personalidad humana y los derechos que de ella se derivan, procurando el advenimiento de la República, por creer que mediante ella se alcanza un más alto grado de libertad y que ella es la única expresión acabada y perfecta de la soberanía del pueblo, y los que afirman que la Monarquía representa el triunfo del derecho y su soberanía desde las alturas del Estado, que tiene el poder de sí misma, porque se engendra en no se sabe qué oscuros limbos de la historia, que es la institución más poderosa para contener las corrientes más destructoras y revolucionarias, y para fijar la evolución de las fuerzas, haciendo que no se desborden, que es la institución más una, más impersonal y colocada a mayor distancia de todas las clases y de todos los partidos, que es la más flexible y por lo mismo la más vividera y que ha acompañado siempre a la humanidad auxiliándola en sus vicisitudes, no hemos de terciar nosotros, porque no hace nuestro propósito y nos llevaría demasiado lejos. Nuestros votos estarían, sin embargo, con los que defienden la opinión primera. Miguel Moya, Conflictos entre los poderes del Estado. Estudio Político, 3.ª ed. Madrid, 1890, pág. 220.