Vergüenza tenía que dar a los chiclaneros y a los gaditanos en general que tuviera que venir aquí un ruso, llamado Pepe García, a descubrirnos que los restos del gran Argantonio, el legendario rey de Tartesos, yacían bajo la ermita de Santa Ana. Tanto preciarse de un patrimonio cultural ingente, y tiene que ser un foráneo el que dé en la tecla. Lamentable. Claro que, estando por medio la fatídica secta del Santo Prepucio, todo se podía esperar. Ni los eruditos locales, que son muchos y autorizados, ni las fuerzas vivas (ocasionalmente muy, pero que muy vivas) pueden con el oscuro poderío de la secta; entre otras cosas porque tal vez algunas de esas fuerzas vivas no sean del todo ajenas a la cofradía de marras. En este libro se traza la aventura del extravagante investigador ruso y se esboza la imagen completamente distorsionada de una Chiclana casi imaginaria. Casi. A lo mejor hay quien se empeña en descubrir analogías con personajes y situaciones reales. Allá él. La gente es a veces picajosa y malintencionada; pero de eso no tiene la culpa el autor, que sólo quería divertir un rato con la mayor pureza de intención.