Los frutos del Espíritu son una realidad grata, fascinante, bella, natural, espontanea, alegre, gozosa... Nacen del árbol del espíritu. En el Espíritu resplandecen hasta las cosas más pequeñas y los gestos sencillos se vuelven bellos y constructivos. Nosotros los vivimos, los llevamos a término, pero es el Espíritu quien los produce en nosotros.