«Yo provengo de los curas», decía Lacan. Educado por los hermanos maristas, fue un joven piadoso y alcanzó un conocimiento sensible, íntimo, de los tormentos y astucias de la espiritualidad cristiana. Sabía también hablar maravillosamente a los católicos y familiarizarlos con el psicoanálisis con el psicoanálisis. La Compañía de Jesús apostó a su Escuela. Freud, viejo optimista de las Luces, creía que la religión no era más que una ilusión que sería disipada en el futuro por el avance del espíritu científico. Lacan, en absoluto, pensaba, por el contrario, que la verdadera religión, la romana, al final de los tiempos engatusaría a todos, derramando sentido a raudales sobre ese real cada vez más insistente e insoportable que debemos a la ciencia.