Esta obra anónima, compuesta por un monje de Montserrat entre 1510 y 1555, puede haber jugado un papel estratégico en el pasaje del ámbito monástico al secular, de la tradición benedictina a la tradición ignaciana. En ella se da un concentrado de los grandes maestros de la espiritualidad medieval, así como podría tratarse de un manual del que se valió Ignacio de Loyola durante su estancia en Montserrat y Manresa para beber del legado que le precedía y aportar, a partir de él, sus elementos de novedad. Con esta obra nos acercamos a la intrahistoria, palabra acuñada por Unamuno para expresar que la gran historia se juega en los silenciosos episodios de la pequeña historia. Vivimos un tiempo propicio para caer en la cuenta de las interdependencias. No necesitamos afirmarnos negando al otro, sino recibiéndonos del otro. Y esto ha sucedido desde siempre, porque la historia de la espiritualidad está hecha de tradición; esto es, de transmisión y sucesión de eslabones.