De los viajeros españoles por el Marruecos del siglo XIX, destacan dos nombres por encima del resto: Domingo Badía (Alí Bey) y José María de Murga (El Moro Vizcaíno). Ambos fueron personas de acción y prototipos del romanticismo español: individualistas, inconformistas, liberales y fascinados por lo lejano, lo exótico y lo desconocido. José María de Murga, más conocido como “El Moro Vizcaíno”, nació en 1827 en Bilbao. De origen noble, fue comandante de Caballería y participó en las Guerras Carlistas. Entre 1854 y 1859 vivió en Londres, Escocia y Constantinopla, siendo testigo de la Guerra de Crimea. Fascinado por los países islámicos, estudió árabe. En 1861, finalizada la campaña de África emprendida por los generales O’Donnell y Prim, pidió su retiro del Ejército para viajar al Magreb por su cuenta. Cuando en 1863 Murga llegó a Marruecos, vivió como un “renegado”, la clase más despreciada del Imperio, y se integró de tal manera en la vida íntima y las prácticas religiosas del país que decidió vestir con chilaba y turbante, adoptando (como también hiciera Badía) el nombre musulmán de El Hach Mohammed el Bagdády. En Marruecos, acompañado de guía/sirviente y un asno sarnoso, ejerció de curandero, sacamuelas, partero, exorcista, buhonero y santón. Su objetivo era conocer el alma del pueblo marroquí. En 1866, después de tres años de recorrer incansablemente Marruecos, regresó a Vizcaya, donde redactó su libro Recuerdos marroquíes del Moro Vizcaíno, un texto ácido y mordaz, repleto de observaciones y descripciones sobre las costumbres, la política y diversos aspectos históricos y geográficos del gran país magrebí. La edición ha sido realizada por el historiador y escritor Federico Verástegui, quien lleva dos décadas dedicado incansablemente al estudio de la vida y obra del Moro Vizcaíno.