Entre 1939 y 1945, miles de personas cruzaron los Pirineos en dirección a España como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial para huir de la Europa ocupada por los nazis y/o incorporarse al ejército aliado en el norte de África o en Inglaterra. Los Pirineos volvieron a actuar como espacio de huida, una función que ya habían realizado en otras épocas de enfrentamientos y conflictos bélicos, como la Primera Guerra Mundial o la reciente Guerra Civil española. Una vez más, la frontera se convirtió en un lugar de refugio, en una línea que separaba de la muerte. Para los refugiados procedentes de los Pirineos franceses, pasar al otro lado, cruzar la frontera, significaba quedar sano y salvo, librarse de la persecución, de la detención, del sufrimiento y, en algunos casos, de una muerte más que probable. Este flujo humano transfronterizo no se detendría hasta el verano de 1944, después de la liberación del sur de Francia por parte del ejército aliado. Desde ese momento, aunque de modo más escalonado, penetran, durante unos años, alemanes que tratan de evitar caer en manos de los Aliados buscando la protección de la España franquista. En total, serán prácticamente diez años de paso clandestinode la frontera de norte a sur.