Hablar y escribir son actividades y funciones distintas. Esta obviedad esconde sin embargo en su aparente simplicidad un hecho de estructura difícil de explicar. ¿Por qué, por ejemplo, un psicoanálisis no puede realizarse por escrito? ¿Por qué es indispensable la presencia real del analista, del otro al que se dirige la palabra ese Otro en el que Jacques Lacan sostuvo su primera formulación del inconsciente freudiano para que esa palabra obtenga sus efectos sobre el sujeto, incluso si ese otro se mantiene en silencio? La diferencia estructural entre hablar y escribir no puede resolverse finalmente por ninguna consideración de orden lingüístico que reduzca el acto de la palabra y de la escritura a las llamada habilidades o competencias en un proceso de aprendizaje. Tampoco puede resolverse por una supuesta localización cerebral de sus respectivos funcionamientos. La diferencia entre hablar y escribir pone en acto dos registros del Otro del lenguaje que aparecen en primer lugar como radicalmente heterogéneos.