La traducción la hace Luis Legaz Lacambra, en 1933, luego de haberle tratado, convivido y admirado en Viena, a donde se desplazó con una beca. De Kelsen mereció un Prólogo para la edición española, en el que se hacía eco de las duras críticas que ya había recibido de los ideólogos y de los partidos políticos con 'su esperanza en la joven República Española, cuya Constitución garantiza la libertad de la Ciencia'.