Me llamo Ernesto, y mi apellido es Delgado. No poseo gran cosa en esta vida y a veces pienso que no he existido nunca. Eso sí, sé ciertamente que tengo un traje, una enteca mochila y un gran amor. No, no soy ningún filántropo, ciertamente vagabundeo por los cielos y vivo en una absurda estrella invisible. Ernesto me llamo, y Delgado es mi apellido. Cuando siento el calor de los lirios y cuento fábulas sobre el hombre y su destino, finjo mucho y me cuesta enormemente ser humilde, no es porque crea de alguna manera en grandezas sino porque soy a la misma vez sombra, pez, nube, aire, tantas y tantas cosas que resulto increíble. Ya digo, Ernesto me llamo, y Delgado es mi apellido. Tanto como la misericordia de algunos dioses, y no me quejo más que de la ausencia se unos ojos, y de las lágrimas que perforan nuestros caminos, sé alguna que otra cancioncilla y danzo, también resueno por entre bosques afinando y percutiendo timbales envuelto en mi misteriosa luz de alborada. Ernesto me llamo y Delgado, muy delgado es mi apellido.