Hay un momento en la historia del arte en el cual éste se hace más sincero: la representación deja de llamar a la ingenuidad y se esconde para dejar paso a una liberación del lenguaje artístico y del acto estético sin precedentes. El arte abstracto o los actos dadaístas, pero también Ulises o la Bauhaus, la dodecafonía o Le Corbusier, son algunos síntomas de esa pérdida de ingenuidad. Esta ruptura, a la cual llamamos la quiebra de la representación, va acompañada de un salto paralelo en la propia modernidad. A recorrer esta quiebra, a vivirla en sus categorías, se dedica este ensayo.