“Relatos para ver mundo” inaugura una carrera literaria. Y lo hace con la sabiduría y rigor de quien durante décadas ha cultivado, en libros y periódicos, la escritura. Ni rastro de esa autocomplacencia retórica tan frecuente en el escritor novel, con el deseo de dejar pegado en cada párrafo y en cada línea del texto su voluntad de estilo, con la consiguiente sobrecarga de un ejercicio que delata constantemente su artificiosidad. Hay, en Llorca, por el contrario, una palabra transparente, en la que la economía de medios se pone al servicio del flujo narrativo. Sorprende la naturalidad con la que transcurren estos cinco relatos: desde el comienzo, la voz narrativa cautiva al lector, que se deja llevar por los acontecimientos con la misma facilidad que un objeto ligero es arrastrado por la corriente de un río. Desde el punto de vista formal, ese es el logro mayor de estas páginas.