El mundo de las emociones ha sido con frecuencia olvidado por la filosofía. Sin embargo, la tradición hebrea ofrece diversas puertas de entrada a este rico territorio que encierra una parte esencial de lo real. Una de ellas es sin duda el llanto. En este sentido, cuando Jacob, Esaú, José, los profetas o los salmistas derraman sus lágrimas, no están haciendo otra cosa que desvelar una inmensa gama de emociones que van desde la desesperación a la alegría y desde la rebelión a la compasión. Más aún, están mostrando que las lágrimas expresan en el fondo la pregunta permanente por la verdadera naturaleza del hombre: ser portador de la imagen de Dios a pesar de su constitutiva fragilidad. La tradición oral del judaísmo (el Talmud y el Midrás) guarda además una paradoja radical cuando evoca también a un Dios que llora. ¿Por quién y por qué llora el Eterno? ¿Qué nos dicen sus lágrimas acerca de su relación con los hombres? Tal vez una sola respuesta integre todas las posibles: Dios ha querido ser el compañero de camino del hombre.