Ser cristiano no consiste en afirmar algo, sino en sufrir un proceso de transformación. Un hecho de la historia, la resurrección de Jesucristo, llega hasta mí, entra y me transforma. Esto es lo que ocurre en el bautismo. El bautizado es yo, pero ya no yo, pues se han unido misteriosamente su vida y la de Cristo, de forma que gracias al regalo del bautismo nacemos a una nueva vida, a una vida que sí es vida. Esta transformación se hace más plena cuando participamos de la Eucaristía, mediante la que nos hacemos Cuerpo de Cristo.Afirmaciones misteriosas, y al mismo tiempo imprescindibles, para entender la identidad del cristiano.