Ningún cauce fluvial llegó a tener en la Antigüedad una cosmogonía tan densa y compleja como la que tuvo el Nilo gracias a su crecida periódica. Tampoco ninguno llegó a estar tan presente en el imaginario mítico de las gentes que vivían a lo largo de su cauce, o en sus creencias, ritos y festivales religiosos. El subtítulo del libro señala quién es el protagonista absoluto del mismo: las aguas que todos los años traía la crecida del Nilo. Eran mágicas en al menos dos sentidos. Uno terrenal y tangible, porque obraban efectos en cierto sentido "prodigiosos" sobre la generalidad de Egipto, esto es, hacer fértil y próspero un país inmenso? ¡en mitad de un desierto! , y otro ultraterreno y trascendente, porque esas mismas aguas permitían que los venerados difuntos iniciaran su tránsito hacia el Más Allá sin padecer la sed post mortem que siempre les acechaba.