El Duodécimo Congreso de Católicos y Vida Pública tuvo lugar pocos días después de la visita apostólica que el Santo Padre realizará a Santiago de Compostela y a Barcelona los días 6 y 7 de noviembre de 2010 y en el horizonte de la Jornada Mundial de la Juventud cuya celebración en Madrid (agosto de 2011) quedaba a menos de un año de distancia. Este XII Congreso resultaba así iluminado por la estela de la reciente visita que el Papa nos había hecho y animado por la gozosa esperanza de su ya entonces cercana ansiada nueva presencia evangelizadora entre nosotros. El XII Congreso no podía, pues, dejar de verse atraído por la poderosa fuerza de esa expectativa, como se refleja en su mismo lema firmes en la fe y en la misión, trasunto anticipado del de la esperada Jornada Mundial de la Juventud.Temas nucleares del XII Congreso de Católicos y Vida Pública, objetos de otras tantas ponencias generales, fueron ¿Qué significa ser cristiano hoy? (Julián Carrón), Fe y compromiso ciudadano (Sergio Belardinelli), La dimensión social de la fe (Ettore Gotti Tedeschi), Emergencia educativa y cultural (Nikolaus Lobkowicz), La misión del cristiano en el mundo de hoy (Joaquín Navarro-Valls). El rico contenido que encierran esos enunciados encuentra luego un amplio pormenorizado y actual desarrollo en las correspondientes mesas redondas que aparecen también recogidas en este volumen. Arraigados en Cristo, confirmados por Pedro una vez más en la fe y en la misión, los participantes en este Congreso se sentirían especialmente llamados a la nueva evangelización. Como se proclama en el Manifiesto con que concluía este encuentro, aquí y ahora, ante el fuerte secularismo ambiente, nuestro testimonio evangelizador ha de hacerse presente en el plano del diálogo que lleve a superar la escisión entre conciencia humana y conciencia cristiana, entre existencia en este mundo temporal y apertura a una vida eterna, entre belleza de las cosas y Dios como Belleza, entre laicidad y fe. Se reconoce y afirma la laicidad del Estado rectamente entendida como la autonomía natural que a éste corresponde en su ámbito, civil y político, frente a las esferas religiosa y eclesial (¡nunca respecto del orden moral!). La auténtica positiva laicidad no sólo no constituye obstáculo a la pública afirmación de Dios, sino que es, por el contrario, exigencia, condición y garantía del efectivo y pleno ejercicio de la libertad religiosa por parte de todos en condiciones básicas de igualdad. En ese ámbito de libertad, ha de manifestarse también la dimensión social de nuestra fe, en el compromiso ciudadano, con una generosa intensa participación, en activa solidaridad, en tareas de ordenación sociopolítica, en la denuncia de la injusticia, en la defensa de la dignidad de todas las personas en todo momento. Este Congreso no puede dejar de atender a la emergencia educativa y cultural del momento presente y advierte sobre la necesidad de una actividad educacional, al mismo tiempo evangelizadora y civilizatoria, que lleve a recuperar y legar a las nuevas generaciones el sentido de lo sagrado y a ofrecerles como patrimonio fundamental la fe en un Dios creador y providente, la revelación de Jesucristo único salvador y la referencia a una ley moral natural. De este modo podremos superar la antihumanista ruptura moderna y lograr la reconstrucción antropológica sobre la que llevar a cabo una verdadera educación integral, que conduzca a una plena realización personal y comunitaria. El Congreso afirma una vez más el derecho fundamental de los padres a decidir el tipo de educación que han de recibir sus hijos y el estricto respeto que los poderes públicos han de guardar al legítimo pluralismo determinado por las diversas concepciones últimas de la persona, pluralismo que debe traducirse en el enriquecimiento de las integradoras bases comunes de convivencia en cuya aceptación hemos de converger a partir de la experiencia humana elemental (de necesidades, aspiraciones y deseos básicos radicales comunes) en la que todos los hombres han de reconocerse justamente como hombres y como hermanos.