Las exploraciones de portugueses y españoles a partir del siglo XV sirvieron para poner en contacto a las cuatro partes del mundo, para asentar la idea de un mundo nuevo (sumando los viejos mundos a los nuevos mundos), para demostrar que el planeta era en realidad un solo mundo, para establecer una red inédita de vínculos económicos y culturales entre los distintos espacios que componían ese único mundo, para imaginar una verdadera historia universal. Y, como no podía ser de otra forma, portugueses y españoles tomaron posiciones privilegiadas en ese mundo, en las cuatro partes de ese mundo (que en realidad eran cinco): Europa, África, América y Asia, más la inmensidad del Pacífico. Ahora bien, el crecimiento exponencial de la comunicación entre los pueblos, de la circulación de los factores económicos, de la transmisión de las experiencias políticas, de la difusión de las creaciones culturales que se ha producido desde fines del siglo pasado, ha puesto en circulación el concepto de globalización o mundialización y, ahondando en las raíces históricas del fenómeno, ha convertido a aquel periodo que arranca de las navegaciones ibéricas en la época de la primera globalización o primera mundialización.