El mandala es la forma perfecta: el círculo, la totalidad en un universo cerrado, un símbolo que representa el ciclo infinito de la vida. Pintar mandalas nos otorga un instante de paz en el que tomamos el hábito de la concentración mental, desarrollamos la paciencia y hacemos aflorar nuestros sentimientos a través de los colores y siguiendo patrones geométricos que se repiten simétricamente, comenzando a colorear desde dentro hacia fuera o viceversa.