La vida, signifique lo que signifique, no es algo que pueda explicarse desde la eternidad. La memoria de Mariano Fortuny y Marsal ha estado demasiado condicionada por la épica de un destino artístico situado más allá de los avatares terrenales. Sin embargo, como todos los seres humanos, hubo de conciliar sus aspiraciones personales con la complejidad de un sistema que cambiaba rápidamente, condicionado por las apariencias y el dinero. A mediados del siglo XIX, el arte empezó a funcionar como un elemento de prestigio para una nueva élite deseosa de exhibir su poder, no siempre experta en sutilezas estéticas. La posesión y el reconocimiento de las obras de Fortuny se convirtió en un signo de distinción de clase que aparece profundamente determinado por pasiones humanas. Esta circunstancia singular sirve de arranque para adentrarse en un universo de intereses mundanos que va más allá de la pura trayectoria vital del pintor, observada desde una multiplicidad de puntos de vista, tales como la amistad, el amor, la frivolidad, la presunción, el sexo o la nostalgia. A través de un relato fresco y ágil, que escapa al futuro perfecto de los grandes discursos, se desnudan con ironía los protagonistas, en cuyas actitudes, a veces prosaicas y banales, se reconoce el sentido más vital del arte.