Nacido en Alejandría (Egipto), en el año 185 (siglo II), Orígenes es uno de los teólogos más eminentes y originales de la antigüedad cristiana, cuya fama saltó las barreras geográficas y temporales de su día y cuyos padecimientos finales como mártir le acreditaron un merecido reconocimiento en autoridad moral y teológica. De su inmensa producción literaria –más de seis mil títulos– se ha conservado sólo una exigua parte, y de la misma destaca con luz propia su grandioso Tratado de los Principios; es decir, las doctrinas principales o fundamentales del cristianismo, probablemente el primer esbozo conocido de una teología sistemática. En él es donde mejor se manifiesta la profundidad y la audacia de la escuela alegórica y especulativa de Alejandría. Defensor por antonomasia de la libre voluntad o libertad de elección de todas las criaturas, Orígenes fue objeto de duras críticas por parte de quienes no estaban de acuerdo con sus conclusiones ni sus métodos de interpretación bíblica. Hoy, con una visión histórica más amplia, entendemos que, a pesar de algunos aspectos particulares en su manera de entender ciertos puntos teológicos -que aún hoy siguen escandalizando a muchos-, en medio de una Iglesia todavía no definida dogmáticamente, lo único que Orígenes perseguía era contribuir a un mayor entendimiento de la Sagrada Escritura, a cuyo juicio se somete en todo momento. Y es que, pese a su fama de teólogo especulativo, Orígenes era, ante todo, un creyente fiel a la Escritura.