Los textos de la Biblia forman un tejido inconsútil, aunque hecho de infinitas costuras. Es una urdimbre de hilos y piezas de muy diversas procedencias, que dejó numerosos cabos sueltos de los que exegetas y escritores no cesan de tirar para descubrir nuevas conexiones y significados recónditos. La Biblia elaboró arquetipos de las antiguas literaturas de Mesopotamia y Egipto, entró en contacto con las culturas persa y helenística y, traducida a lenguas antiguas y modernas, ha contribuido a crear una identidad cultural tanto globalizadora como particularista, más diversificada que la clásica greco-latina. La Biblia es a la vez un canon cerrado y un libro inconcluso, abierto a nuevas reescrituras y recreaciones desde el Medievo a la actualidad. Es una obra religiosa y profana; una insoslayable «piedra de escándalo» en la que propios y extraños no dejamos de tropezar.