El tiempo suele transcurrir sin memoria; pero, como apunta Alan Lightman en su monografía sobre la Teoría de la relatividad, hay dos tipos de tiempo, uno rígido y mecánico que, a la manera de un péndulo, se balancea imperturbable hacia atrás y hacia delante y otro corporal, que se retuerce y se escabulle como un pez en una bahía. El primero es inflexible y predeterminado. El segundo va conformando las mentes a medida que avanza. Los poemas de El sueño de Einstein giran en torno a esa segunda posibilidad, a modo de fragmentos dispersos de un mosaico que narra el viaje iniciático de ida y vuelta al universo de la infancia. Al unirse construyen un relato donde las distintas temporalidades coexisten, sin elegía ni nostalgia, en el único espacio del aquí y el ahora del presente.