PARA Paul Valéry (1871-1945), la poesía es la más hermosa de las técnicas creativas y la más difícil de todas las artes, y un poema no es un verdadero poema si no es bello. Tras publicar su obra cumbre en poesía, Cármenes —en latín, carmina significa “poemas”, “cantos”, pero también “encantamientos”, “sortilegios”; popularmente, “cantos mágicos”—, a pesar de ser aclamado por parte de la crítica y convertirse en el príncipe de los poetas franceses, de renombre mundial, Valéry abandonó la poesía para dedicarse por completo al ensayo, las matemáticas y la pintura. Los hechiceros versos de Cármenes, sus veintiún “ejercicios” mágicos —uno de ellos, El Cementerio marino, obra máxima de la poesía “pura”—, fueron compuestos en un estado de agudo virtuosismo, entre un mundo palpable, visible, y un reino de abstracción intelectual. Inescrutable, misterioso, puro Valéry en la más absoluta conciencia de sí mismo.