Aquel amigo de mis hermanos que estudiaba en el Pilar sostenía que tanto las derechas como las izquierdas eran una birria impresentable, y que él, si pudiese, sacudiría lo mismo a unos que a otros. ¿A todos los sacudirías? ¡Hombre!, a todos, no. Ponía mucho empeño en que aprendiésemos una música nueva que nos canturreaba con gran secreto; según él, era una música peligrosa: el Cara al sol. Que no os la oigan cantar en vuestro barrio, ¿eh? Una de las cuestiones más complicadas era dónde y ante quién se debía cantar cada himno; hasta cada copla. Porque también había coplas de derechas y coplas de izquierdas, de clase alta, de clase media, de clase baja. Si te equivocabas de auditorio, habías cometido una provocación. Y si cometías una provocación te podía hacer, cualquiera, cualquier barbaridad. A un chico del coro que estaba ensayando con el padre Bruno, maestro de música litúrgica, las canciones de la misa, le sacudieron una paliza por ir cantando a voces el Tú reinarás. Llegó al colegio hecho no un «corazón santo», sino un cristo. Bueno, pues Josemari y Manolo se pasaron todo el rato, hasta que llegamos a casa, discutiendo si lo habían zurrado por monárquico o por devoto del Sagrado Corazón. Una novela deliciosa, sencilla, con el tono adecuado para mostrar la ingenuidad y frescura de las vivencias y emociones de un niño de siete años, de clase media, que vive en el Madrid republicano los tres años de nuestra trágica guerra civil.