A través de los siglos, solo unas pocas personas con grandes inquietudes osaron plantearse las preguntas que nadie se había formulado hasta entonces. En aquellos tiempos la religión, la política y la ideología eran una misma cosa y a menudo arriesgaron la propia vida en su intento por ampliar las fronteras del conocimiento. La tenacidad anatomista de Da Vinci, la metódica investigación de Darwin o la rebeldía de Teilhard de Chardin hicieron que la ciencia dejara de ser filosofía y se convirtiera en aquello que hoy conocemos: un saber distinto a los demás, capaz de interesarse por el ser humano, entender de dónde viene, descubrir por qué piensa como lo hace y comprender su capacidad de estudiarse a sí mismo.