El arte abstracto se abrió camino en España cuando, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, el Régimen se vio obligado, para subsistir, a perder parte de su retórica fascista. Frente a las tradiciones académicas, al contrario que el arte más político, lo abstracto podía situarse más allá de cualquier ideología, asumir una condición moderna (muy apreciada en las exposiciones internacionales) y enlazar con la gran tradición pictórica española, de Velázquez a Goya. Fue esto lo que propició que, durante un tiempo, la pintura abstracta fuera el arte oficial de la España franquista. Todo esto tuvo lugar en el marco del proceso de separación radical entre cultura y política que se dio en Occidente a partir de 1945, y que favoreció el espectacular reciclaje del régimen de Franco. A partir del análisis de la política expositiva, la crítica y la historiografía del arte abstracto en la España de posguerra, este libro explora las razones por las que el informalismo se consideró un movimiento artístico principal y, además, se entendió como una síntesis de las tradiciones artísticas españolas.