La resiliencia es la capacidad que el ser humano puede adquirir resistiendo los traumas o heridas psicológicas y aprendiendo recursos o mecanismos que impulsen la reparación psíquica de éstos. El dolor siempre “desorganiza” la comprensión del hombre sobre su propia vida y sobre las relaciones sociales y afectivas de los que le rodean. Cuando aparece en los hijos, el procedimiento es más complejo y los padres y educadores deben estar preparados para dotarlos del “andamiaje”, es decir, de aquellos recursos que les permitan retomar su vida pese al trauma y su recuerdo. Las situaciones que resultan complicadas o que no se dominan, son aquellas que mejoran y perfeccionan. Sin embargo, existe en nuestros días una disminución patética de los niveles de tolerancia al dolor en cualquiera de sus formas. Los padres y profesionales de la educación deben plantearse cómo están anticipando y “futurizando” la madurez de aquellos que se enfrentarán a las pruebas de la vida. La satisfacción inmediata de los deseos personales lleva a un infantilismo y huída de cualquier compromiso personal. Las personas pueden transformar situaciones dolorosas intelectualizándolas para comprenderlas, verbalizándolas y aceptándolas libremente. Esta “metamorfosis” del sufrimiento aporta un engrandecimiento de su dignidad humana. La victoria emocional y afectiva sobre el sufrimiento en la propia vida y en la de los hijos es posible.