Las palabras afrancesado y afrancesamiento han sufrido las consecuencias de un excesivo uso de una no bien determinada fijación. Miguel Artola ha sabido definir con precisión los orígenes, composición y actividades de «los afrancesados», refutando una serie de tópicos basados en el desconocimiento de la esencia íntima del problema. Junto al afrancesamiento ideológico e intelectual ha existido otro, político y material, consistente en gentes que por diversos motivos consideraron un deber unirse al invasor; en España se llama afrancesados a estos últimos. Sin embargo, es necesario distinguir los distintos grupos que se decidieron a apoyar a los intrusos: desde los que tenían miedo a la represión o sentían la inexcusable necesidad de sobrevivir -en este caso habría que hablar de juramentados-, hasta los que por una íntima y libre determinación decidieron unirse voluntariamente a José Bonaparte para apoyarle en sus proyectos reformistas y seguirle en su política. Desde un punto de vista numérico cabe decir que hubo muchos juramentados y muy pocos afrancesados. En cuanto a sus principios doctrinales, pueden reducirse a tres: monarquismo (como adhesión a la forma monárquica y no a una dinastía determinada), oposición a los avances revolucionarios y necesidad de reformas políticas y sociales. En palabras del autor, «en 1808 brotan a la superficie las mismas ideas e idénticos proyectos a los presentados, y en parte realizados, bajo Carlos III». Miguel Artola, profesor Emérito de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Madrid, es miembro de la Real Academia de la Historia y ha recibido el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 1991 y el Premio Nacional de Historia en 1993.