Amanece en la bahía de Crescent, en Nueva Zelanda. Vuelve la luz, baña la tierra y el mar, despiertan los animales y los humanos. Todo parece cobrar conciencia: un charco de agua salada, un arbusto, una gata, hasta un bebé de meses. Todo tiene voz. Los habitantes de la colonia veraniega despliegan, o callan, sus menudencias, sus juegos, sus recuerdos, los sueños que no han cumplido y los que algún día cumplirán. Al final del día todo queda en calma. De Katherine Mansfield dijo Virginia Woolf que tenía el único estilo que envidiaba. En la bahía, publicado en la revista London Mercury en 1922, es uno de esos relatos que, precisamente, que suscita la envidia de cualquier escritor.