El perdón es un misterio. En su interior guarda una fuerza curativa que, practicada cotidianamente, permite avanzar en la resolución de los conflictos y ayuda a recomponer las relaciones con los otros. El perdón no puede nacer únicamente del interior de los seres humanos, como si fuera una actividad más que depende de la habilidad o de los buenos sentimientos. Una simple mirada a la realidad confirma que las personas, por sus propios medios, casi nunca pueden sanar del todo las heridas que se han infligido a sí mismas o a los demás. El perdón hunde sus raíces en Dios. Él, que ha creado todas las cosas por amor y mantiene a cada criatura con su misericordia, se hace presente en la historia de forma inigualable en su hijo Jesús, médico y maestro de los hombres.