«Jeannette: "Cómo puede un alma no quedar ahogada por la tristeza. Hace un rato he visto pasar a dos niños, dos muchachos, dos pequeños que bajaban completamente solos por aquel sendero. Detrás de los abedules, detrás del seto. El mayor tiraba del más pequeño. Lloraban y gritaban: tengo hambre, tengo hambre, tengo hambre... Yo los escuchaba desde aquí. Los llamé. No quería abandonar a mis corderos. Ellos no me habían visto. Acudieron aullando como perritos. El mayor tenía unos siete años".»