¿Qué relación hay entre la vida mental de una persona y los procesos que tienen lugar en su cerebro? ¿Dónde debemos situar nuestras observaciones triviales sobre el pensar, el creer, el ver o el sentir dolor, en el mapa de los descubrimientos de la cibernética o la neurofisiología? Las respuestas a estas preguntas son importantes y permiten unificar las teorías existentes, siempre que se intenta ir más allá de las ideas vinculadas exclusivamente a cada una de las parcelas especializadas que se dedican a investigaciones sobre la mente. El primer tema analizado en la presente obra son las limitaciones de las teorías científicas sobre la mente, que se puede verificar distinguiendo entre el lenguaje de la mente que normalmente empleamos para describir nuestras experiencias mentales, y el discurso en el que la ciencia formula los procesos mentales. Prescindiendo de una clasificación precisa de su indagación ontológica, metafísica, materialista etc., el autor se centra directamente en la oposición más fuerte, que surge al tratar de unificar las teorías sobre la mente: la tesis intencionalista que sostiene que el modo mental de discurso es incompatible con el modo fisicalista, lo que impide cualquier traducción, reducción o unificación entre ambos. Si hay una esperanza de unificación, ésta sólo puede surgir del desarrollo de una teoría «centralista» de la mente. La tarea esencial del centralismo consiste en justificar que se interpreta un sistema físico como un sistema cuyos estados o acontecimientos contienen, además de su lado material, significaciones y contenidos. Así se puede obtener una visión general de la relación entre la faceta física mecanicista y la no mecanicista que caracteriza nuestro discurso corriente sobre las personas. Como resultado de su investigación, el autor ofrece un nuevo enfoque de la certeza de nuestro acceso a la «arena movediza de la conciencia». A lo largo de todo el texto, Dennett señala una y otra vez en qué aspectos tanto filósofos como científicos fracasaron ante el problema por postular elementos no analizados, que de hecho no eran impenetrables al análisis. Cuando elaboró esta investigación pionera, el autor partió de las teorías de Gilbert Ryle y A.J. Ajer, entre otros, y pudo constatar que en años mucho posteriores y con métodos mucho más sofisticados, sus tesis fueron usadas y ampliamente confirmadas por las disciplinas especializadas de este ámbito. Esta obra, ya clásica, sigue siendo una base imprescindible para los planteamientos más avanzados en las ciencias cognitivas.