¡Dios mío! Cuando entro en tus iglesias desiertas, y contemplo a lo lejos vacilar en la penumbra la lamparita roja de tus sagrarios, recuerdo mi alegría. ¿Cómo olvidar ese día en que descubrí -entre los muros de una capilla iluminada de repente por la luz- el amor desconocido por el que se ama y se respira; donde se aprende que el hombre no se encuentra solo, que le atraviesa una invisible presencia, le rodea y le espera; que, más allá de los sentidos y de la imaginación, existe otro mundo, cerca del cual este universo material, por hermoso que sea y por insistente que sepa hacerse, no es más que un vapor lleno de incertezas y reflejo lejano de la belleza que lo ha creado? Las palabras de André Frossard, ateo convertido al catolicismo y escéptico respecto a la verdad, que dan inicio a este libro vibran por la emoción del gran descubrimiento de su vida: la evidencia de que Dios existe, de que Él es la realidad, la plenitud y la verdad, y de que todo está dominado por su presencia. Una existencia real cuyo espacio y tiempo no se rigen por las leyes humanas. No estamos solos. Mi experiencia de Dios recoge las vicisitudes personales sufridas por el autor que transformaron radicalmente su vida y su visión de ese universo espiritual hecho de una luz con un brillo prodigioso y una dulzura conmovedora. Un testimonio sincero, radical, optimista y conmovedor de un hombre que protagonizó una de las conversiones más asombrosas del siglo XX y que, de no haber sido un prestigioso columnista y miembro de la Academia Francesa, clarividente y equilibrado, hubiéramos tomado por loco.